sábado, 5 de octubre de 2013

Ivan Illich, Serge Latouche, el decrecimiento y el movimiento ecologista

Recientemente publiqué un artículo crítico de las tesis a favor del decrecimiento (“El movimiento ecologista y la defensa del decrecimiento”) en mi columna Dominio Público del jueves en Público (29.08.13), que ha generado una larga y extensa respuesta. En dicho artículo aplaudía al movimiento ecologista progresista por su extraordinaria labor concienciando a la ciudadanía del enorme daño que se está produciendo en el bienestar de la población a través de cambios en el ambiente. Alertaba, también en el mismo artículo, del peligro que suponen algunas voces dentro del movimiento ecologista conservador (que también existe) que, según indicaba, podrían ser utilizadas (incluso, en ocasiones, en contra de su deseo) por fuerzas regresivas que estaban deteriorando aquel bienestar popular.

La respuesta al artículo, expresada con bastante intensidad, incluía (además de los predecibles insultos y sarcasmos) observaciones que exigen una respuesta, precisamente por el respeto que me merece la mayoría de movimientos ecologistas existentes en España. Dos de ellas merecían especial atención. Una era que los datos que yo utilizaba eran fácilmente refutables (sin nunca señalar cuáles) y otra (expresada con gran condescendencia) era que yo desconocía el tema, consecuencia de haber escrito sobre estos temas desde hace poco tiempo (sin señalar tampoco dónde estaba tal desconocimiento). Eran, pues, críticas genéricas, carentes de especificidad.

Veamos ahora los datos. Los que utilicé procedían, todos ellos, (como indiqué y cité en mi artículo) de mi buen amigo Barry Commoner, fundador del movimiento ecologista progresista estadounidense, citando las fuentes de estos datos. Siempre tuve plena confianza en la credibilidad científica de Barry Commoner, y no tengo ningún motivo o evidencia para cambiar de parecer. Y ninguno de los que consideran esos datos como erróneos (incluyendo a los comentaristas a los que me refiero) aporta ninguna evidencia que los cuestione. Los datos, pues, continúan mostrando que Commoner llevaba razón en su crítica a Paul Ehrlich (el ecologista maltusiano conservador que todavía ejerce gran influencia en el movimiento a favor del decrecimiento). Otras críticas de mi artículo intentaban enseñarme lo malo que es el consumismo para la sociedad, ignorando lo mucho que he escrito y criticado precisamente sobre ello. Es irritante que personas emitan toda una serie de críticas sin haber antes leído al autor al cual se quiere criticar.

En cuanto a no conocer el tema y ser nuevo en este barrio ideológico, quisiera informar al lector que mi crítica a ese movimiento decrecimiento (que a veces coincide con el anticrecimiento) se remonta nada menos que a los años setenta del siglo pasado. Mi crítica a Ivan Illich, muy influyente (por no decir el autor más influyente) en este movimiento, y maestro del que se considera actualmente el padre de tal movimiento, Serge Latouche, (tal como dicho autor indica en una reciente entrevista –Entrevista a Serge Latouche en Papeles nº 107. 2009-) es bien conocida en el mundo anglosajón. El debate Navarro-Illich fue una experiencia periódica en centros académicos de EEUU en los años setenta. Y mi artículo “The Industrialization of Fetishism or the Fetishism of Industrialization: A Critique of Ivan Illich.” Social Science and Medicine 9: 351-63, 1975, publicado también en el International Journal of Health Services, fue ampliamente distribuido y traducido a doce idiomas. Una versión en castellano apareció en mi libro La Medicina bajo el Capitalismo (debido a la actualidad de la figura de Ivan Illich, he colgado este artículo en mi blog www.vnavarro.org).

El tema del decrecimiento no es nuevo. Se remonta a hace ya muchos años. La terminología cambia, pero la sustancia es la misma. En realidad, es curioso ver como la historia se repite. En los años setenta, el enemigo de Ivan Illich era la “industrialización”. Hoy se llama el “crecimiento”. Según Illich, todas las sociedades convergían hacia la industrialización, que rompía con un orden anterior mejor. Esta industrialización invadía todas las esferas humanas, incluyendo también las áreas sociales como medicina, educación, etc. Así, en medicina, Illich creía que los servicios sanitarios, bajo el mandato –según él- de la profesión médica, estaban y continúan robando al paciente su propia autonomía y capacidad de control de sí mismo. De ahí que estuviera en contra de la universalización de los servicios sanitarios, llegando incluso a afirmar que “disminuir el acceso de las personas más pobres y vulnerables a los servicios sanitarios es, en contra de la retórica de consumo político, bueno para ellos”. Y por si no quedara claro, consideraba el establecimiento del Servicio Nacional de Salud, por el gobierno laborista británico en los años cuarenta en el Reino Unido, como un paso negativo, no positivo. Según esta tesis, los gobiernos que hoy están recortando y eliminando los servicios públicos sanitarios están haciendo un bien a los pobres y vulnerables (a los lectores que crean que estoy simplificando la postura de Illich, les recomiendo que lean mi crítica detallada de tal autor colgada en mi blog, donde página por página indico el lugar de sus textos donde aparecen las citas que utilizo). En realidad, Illich estaba diciendo lo que el gran reaccionario Presidente Nixon estaba diciendo casi durante el mismo periodo: “no preguntes qué puede hacer el Estado por ti, pregúntate, en cambio, qué es lo que puedes hacer para ti mismo”.

En mis trabajos (ver La Medicina bajo el Capitalismo) había mostrado que los sistemas sanitarios pueden reproducir relaciones de poder que opriman a la ciudadanía, mostrando ejemplos de ello. Pero deducir de ello, como hace Illich, que los servicios sanitarios son intrínsecamente instrumentos de control y explotación me parece un enorme error. La universalización de los servicios sanitarios ha sido una gran conquista de las clases populares en la mayoría de países donde ello ha ocurrido. Que un sistema sanitario sea un mecanismo de control, creador de dependencias, depende de quién controla y gobierna esos servicios sanitarios que configura, a la vez, la dinámica de tales servicios.

Y lo mismo ocurre en cuanto al crecimiento. Que un crecimiento sea dañino o no depende de quién controla y para qué objetivos existe tal crecimiento. Hay crecimiento necesario para atender las necesidades humanas, y hay crecimiento para acumular capital. Los dos no se pueden poner en la misma categoría. Crecimiento no es intrínsecamente positivo o negativo. Depende. Y dentro de un mismo proceso de crecimiento hay componentes positivos y otros negativos.
Las teorías del decrecimiento

Lo cual me lleva al análisis de su discípulo Serge Latouche. Este considera que su modelo es una sociedad convivial, el mismo término que utiliza Illich, una sociedad como la existente en Laos cuando él la conoció (es el país que Latouche utiliza como punto de referencia, pues, por lo visto, fue donde se generó su interés en el decrecimiento) (ver entrevista citada) antes de que “estuviera invadida por el conflicto y la guerra entre EEUU y las guerrillas marxistas”. Vale la pena citar sus propios comentarios:

“Fue en Laos donde se produjo el cambio de perspectiva en 1966-1967. Allí descubrí una sociedad que no estaba ni desarrollada ni sub-desarrollada, sino literalmente “adesarrollada”, es decir, fuera del desarrollo: comunidades rurales que plantaban el arroz glutinoso y que se dedicaban a escuchar cómo crecían los cultivos, pues una vez sembrados, apenas quedaba ya nada más por hacer. Un país fuera del tiempo donde la gente era feliz, todo lo feliz que puede ser un pueblo. Pero ya se veía venir lo que iba a ocurrir, y que de hecho está ocurriendo en el momento actual: que el desarrollo iba a destruir esta sociedad que, aunque no fuera idílica (no existe ninguna sociedad idílica), poseía una especie de bienestar colectivo, de arte de vivir, refinado a la par que relativamente austero, pero en cualquier caso en equilibrio con el medio ambiente. El conflicto entre los estadounidenses y los comunistas iba a atraparlos entre dos fuegos e iban a ser desarrollados o subdesarrollados a su pesar, y su equilibrio, su sistema social vernáculo, iba a resultar destruido. Eso fue lo que me condujo de alguna manera a cambiar de parecer y a tomar conciencia del carácter etnocéntrico del desarrollo, incluyendo su versión marxista, es decir, socialista.”

Este párrafo, sin embargo, tiene problemas conceptuales graves, muy graves. Lo que Latouche considera una sociedad convivial era, ni más ni menos, una sociedad feudal, enormemente explotadora de sus habitantes, con uno de los peores indicadores de salud y bienestar social de aquella región, lo cual causó el surgimiento de la guerrilla marxista. Es obvio que Latouche idealiza aquel pasado.

La confusión de los términos
Los autores favorables a las tesis que apoyan el decrecimiento y en ocasiones, incluso, la paralización del crecimiento, confunden crecimiento con crecimiento capitalista. Y asumen que no hay otra forma de crecimiento. Se me dirá –como ya se me ha dicho- que esto no es lo que están pidiendo. Si es así, que cambien la narrativa y el lenguaje. Si son anticonsumistas en un sistema de producción capitalista, que se presenten como tales. Ahora bien, si éste fuera el caso, deberían conocer los enormes debates que ocurrieron en el movimiento socialista entre aquellos que consideraban los medios de producción neutros, reduciendo la transformación al socialismo como un proceso encaminado a mejorar la distribución de los recursos del crecimiento sin cambiar los medios de producción, y aquellos que consideraban que los medios de producción no eran neutros sino que reproducían las relaciones existentes en el modo de producción. Para estos últimos, el socialismo era un cambio, no solo en la distribución, sino en la producción.

Esto se decía y se debatía mucho antes que Illich, Latouche y otros lo debatieran. En realidad, hubo luchas tremendas con vencedores y vencidos en este debate, con enormes consecuencias para el futuro de aquellos países. Es obvio que estos autores desconocen estos debates y estas realidades. Los enormes debates sobre el porqué del fracaso de la Unión Soviética (ver mi libro Social Security and Medicine in the USSR, prohibido en la Unión Soviética, escrito en 1977), sus diferencias con la revolución china, sobre la revolución cultural, sobre la lucha de clases dentro del socialismo, eran precisamente luchas de cómo construir una sociedad comunal que se centrara en los cambios, no sólo en la distribución de recursos, sino en la producción de tales recursos. Tal objetivo sería más relevante que el mero deseo de volver a un pasado que creen que, erróneamente, era mejor. Barry Commoner fue el continuador de este debate que es francamente más útil que el de añorar el pasado.

Vicenç Navarro
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
Público.es 

¿Crecimiento económico? ¡No, gracias!

La economía del crecimiento contra el ser humano y la naturaleza.

El crecimiento es más que un dato económico: es un dogma. Sin que pueda ser cuestionado, estructura la sociedad, la producción, el consumo, el trabajo, el Estado de bienestar y nuestros imaginarios colectivos. Sin embargo, es urgente salir de esta ‘sociedad del crecimiento’ que hoy amenaza gravemente el bienestar y el planeta, y apostar por una ‘sociedad del vivir bien’ regida por otros valores y conceptos compatibles con la justicia y la ecología.

A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial en los países occidentales, la sociedad del crecimiento se conforma en torno las características siguientes (que detallamos en la tabla): crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), aumento de la productividad, progreso tecnológico, poder adquisitivo, empleo y expertocracia. El objetivo es el crecimiento del PIB, es decir de la tarta económica y material (sin importar la calidad, ni la disponibilidad de los ingredientes, ni los límites del molde) para su consiguiente reparto entre capital y trabajo, ya sea a través del mercado o del Estado. Mientras crezca a buen ritmo la tarta en el “modo pleno empleo, aumentos de productividad y progreso tecnológico”, el capital tendrá garantizado una parte constante, o incluso creciente, del pastel para sus beneficios, y las personas trabajadoras tendrán garantizados (gracias a la redistribución de una parte de los aumentos de productividad) un empleo y el refuerzo de su poder adquisitivo. Sin embargo, este modelo de (relativa) paz social que en varios aspectos sigue alimentando la visión dominante, incluso de las corrientes progresistas, hoy ha caducado. En el momento en el que se eche a perder o se agote la tarta (está envenenada, escasea un ingrediente, el molde tiene límites, algunos comensales se comen demasiados trozos, o todo a la vez como en la crisis actual), la fiesta se acaba (aunque con el hundimiento siguen ganando unos pocos, generalmente los que más tarta habían acumulado). De hecho, este modelo se tambalea en lo más profundo porque choca con una triple crisis ecológica, social y de cuidados [2].

Hacia un modelo económico equitativo y en paz con la Naturaleza
Para superar esta contradicción profunda entre crecimiento y naturaleza, entre capital y vida, es importante por un lado dotarse de una macroeconomía ecológica consistente que sustituya las bases de la economía del crecimiento. En este sentido, se proponen las siguientes características básicas para una economía del vivir bien cuyas definiciones se encuentran detalladas en la tabla: prosperidad sin crecimiento, aumentos de calidad y sostenibilidad, poder de vivir bien, tecnologías abiertas y convivenciales, trabajos productivos y reproductivos y deliberación ciudadana. Luego, sobre la base de estos fundamentos, hace falta fijar los objetivos de una sociedad del vivir bien:

-  Redefinir de forma colectiva y democrática lo que llamamos riqueza y necesidades, es decir responder a las preguntas fundamentales: ¿por qué, para qué, hasta dónde y cómo producimos, consumimos y trabajamos?
-  Reducir nuestra huella ecológica per cápita y en términos absolutos hasta que sea compatible con la capacidad del planeta.
-  (Re)Distribuir el trabajo (y reducir la jornada laboral), las riquezas económicas (reequilibrar el reparto entre rentas del capital y del trabajo a favor de las segundas, instaurar una renta básica y una renta máxima), los cuidados, la tierra y los recursos naturales en base a la justicia social y ambiental.
-  Reconvertir el modelo productivo hacia uno sostenible a través de empleos verdes y decentes [3] y de la relocalización de la economía en circuitos cortos de consumo y producción.
-  Desmercantilizar gran parte de nuestras actividades y descolonalizar nuestras mentes fuera de la lógica del crecimiento. Estos objetivos hacia otro mundo son posibles y deseables. ¿Vivir bien en un mundo solidario y sostenible? ¡Sí, gracias!

Resumen comparativo entre las características de una sociedad del crecimiento y una sociedad del vivir bien

Características de la sociedad del crecimientoCaracterísticas de la sociedad del vivir bien
Crecimiento del PIB: calcula el aumento de cantidades producidas e intercambiadas en el mercado, y lo asimila al bienestar de un país. No tiene en cuenta los límites biofísicos del Planeta, los impactos negativos de la producción, ni su finalidad, los trabajos no mercantiles (de cuidado o voluntarios) o el reparto de riqueza. Prosperidad sin crecimiento: Calcula la riqueza de una sociedad a través de una batería de indicadores sociales, culturales, económicos, ambientales, etc. elaborados por la ciudadanía y que integran los límites y umbrales ecológicos críticos.
Aumentos de productividad: Consiste en producir más cantidades de las mismas cosas con la misma cantidad de trabajo. Es la base industrial del progreso, del tiempo libre, de la protección social, etc. Sin embargo, buena parte de los aumentos de productividad alcanzados por la sociedad industrial son productivistas y nocivos para la sostenibilidad [4]. Aumentos de calidad y sostenibilidad: Consiste en producir mejor y producir otra cosa con igual o más –y mejor– trabajo. Por ejemplo, en vez de producir una tonelada de trigo en la agricultura intensiva, se produce una tonelada de trigo ecológico con más trabajo, en mejores condiciones, con menos energía, menos impacto ambiental e igual o mejor nivel de calidad.
Progreso tecnológico: motor del crecimiento y de la productividad, plantea que la tecnología permitirá combatir la crisis ecológica. Tiene poco o nada en cuenta los riesgos tecnológicos que superan la capacidad de control del ser humano (energía nuclear, transgénicos, mega-infraestructuras, etc.), el efecto rebote [5] y el declive irreversible de las tasas de retorno energético [6]. Tecnologías abiertas y convivenciales: Herramientas al servicio de la comunidad y bajo su control democrático. Favorecen la comunicación, la cooperación y la interacción. Asumen los principios de precaución y de responsabilidad que nos permiten decidir colectivamente que tecnologías son apropiadas según necesidades y capacidad de carga del planeta.
Poder adquisitivo: Es el poder de comprar con su renta a través del mercado cada vez más cantidad de bienes y servicios para tener sus necesidades básicas cubiertas y acceder a la sociedad del hiperconsumo. Además, consumir –sea lo que sea, sin importar sus impactos sociales o ecológicos– es un deber casi patriótico y anticrisis porque, a su vez, crea empleo [7]. Poder de vivir bien: Es un concepto multidimensional que implica el acceso no solo a riquezas económicas sino también a riquezas sociales y ecológicas como la autonomía, la solidaridad, la ciudadanía, la seguridad, la autoestima y el medioambiente. Permite tener cubiertas parte de sus necesidades básicas y el desarrollo de servicios esenciales fuera de la lógica mercantil.
Empleo: Se refiere principalmente al trabajo dominante actual: productivo, mercantil, remunerado, asalariado y a tiempo completo. Vector idealizado del bienestar, de la integración social y del consumo, cualquier trabajo de estas características es considerado como intrínsecamente bueno, sin importar su finalidad, ni su ética, ni sus impactos sobre el medio ambiente, las generaciones futuras o los países del Sur. Trabajo productivo y reproductivo: Se prioriza el trabajo con sentido para sí y para la colectividad donde dominan la autonomía (el control sobre su tiempo y el producto de su labor), la cooperación y las actividades que generan riqueza social y ecológica. Se reequilibra la distribución entre trabajos remunerados y no remunerados, entre mujeres y hombres, y se revaloriza la esfera de la reproducción de la vida (del cuidado de las personas y de la naturaleza).
Expertocracia: Las decisiones más importantes y estratégicas a nivel político, tecnológico, económico, etc. se toman desde ámbitos alejados de la ciudadanía y controlados por expertos y aparatos burocráticos y tecnocráticos. Deliberación y evaluación ciudadana: La ciudadanía fija de forma plural y participativa las necesidades deseables y posibles en un mundo solidario y finito, elige en consecuencia qué tipos de trabajo se requieren para cubrirlas, debate y escoge las tecnologías adaptadas a este proyecto de sociedad.

domingo, 13 de enero de 2013

En democracia, la economía se basará en el procomún

En parte de la izquierda existe un renacido movimiento en defensa de los bienes comunes, a la vista del permanente proceso de saqueo al que éstos están sometidos y que se ha ido acelerando con la agudización de la actual crisis capitalista. Yo pienso que se trata de una reclamación manifiestamente insuficiente en todas aquellas formulaciones que no cuestionan la propiedad del suelo ni de los medios de producción. Una de las iniciativas que tiene más audiencia es la conocida como Economía del Bien Común, promovida por el alemán Christian Felber. Este economista, junto con un grupo de empresarios, emprendió en 2010 el desarrollo de un modelo al que ellos consideran alternativo, tanto al capitalismo de mercado como a la economía planificada o socialista. La implantación de este modelo la fundamentan en una adaptación de la economía capitalista a valores humanos, como los de confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad, generosidad y compasión. Bien es verdad que el modelo prevee algunos límites a la propiedad privada y a la herencia, pero de ahí no pasa y todo su modelo apunta a un modelo idílico de empresas capitalistas sostenibles y ejemplares, capitaneadas por propietarios muy ecologistas y solidarios, cuya finalidad es supuestamente distinta a la convencional, basada en el beneficio personal a través de la explotación del trabajo asalariado. A buen seguro que se trata de una iniciativa bienintencionada, pero tan inútil como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que al omitir el derecho al más común de los bienes humanos -la Tierra común-, enmascara y protege la sistemática apropiación privada de ésta y la mercantilización del trabajo humano, impidiendo de raíz el desarrollo efectivo de todos los derechos humanos.

Es cierto que el saqueo de los bienes comunes se había iniciado antes del capitalismo, tal y como hoy lo conocemos; y cierto es que en la época feudal la acumulación de la propiedad privada del suelo ya había sentado las bases para su actual “normalización” capitalista; como también es verdad que la tarea de garantizar su reproducción social pasó a manos del Estado, que se atribuyó la administración de los bienes comunales que habían logrado salvarse del saqueo privado-feudal, inventando “lo público” como sucedáneo de lo común. El saqueo continúa hoy sobre los escasos restos de aquellos bienes comunales primitivos y sobre los nuevos bienes comunes que la sociedad va generando en torno al conocimiento, la cultura, la información y la comunicación.

Sostengo que la verdadera democracia es incompatible con la dominación de unos seres humanos por otros y que, por eso mismo, es radicalmente incompatible, tanto con la apropiación privada de los recursos naturales y de la Tierra entera que los contiene, como con el trabajo asalariado en su moderna versión como sucedáneo de la esclavitud. Y no sólo la democracia es imposible mientras perdure la barbarie, normalizada e institucionalizada, de ese sistema de dominio; lo más grave es que también bloquea la posibilidad de supervivencia de la especie humana, frontalmente amenazada por un acelerado y sistemático proceso de agotamiento y destrucción de los bienes comunes, como consecuencia lógica de un sistema económico fundamentado en la apropiación de lo común, en la mercantilización del trabajo humano y en el crecimiento contínuo.

También sostengo que la Democracia, como bien común, ha sido víctima de un proceso de apropiación similar al de la propia Tierra y al del resto de los bienes que integran el Procomún universal. En Democracia, las comunidades humanas habrán recuperado el dominio sobre los bienes comunes, junto con el igualitario y justo acceso a los mismos para todos los individuos de la comunidad. Sin Democracia, el futuro es moralmente insoportable, científicamente improbable y racionalmente imposible. Y aunque perdure por siempre una duda razonable acerca de la cordura de nuestra especie –así como sobre el límite de edad de nuestro planeta-, sí sabemos con certeza que la Democracia es la condición necesaria, aunque no suficiente, para hacer posible ese futuro.

En su histórica adaptación y doblegamiento a la hegemonía capitalista, la izquierda política ha ido borrando de sus programas la antígua reivindicación de la Tierra común como primero de los bienes raíces y comunales. Actualizar esa reivindicación de la izquierda es el paso obligado para lograr la hegemonía de la razón sobre la barbarie moral, económica y ecológica del capitalismo. Sólo a partir de ahí, podremos afrontar el inicio de la Democracia.

PD: 1º. De un amigo catalán he recibido un enlace a un artículo escrito a principios del siglo pasado y publicado en un periódico anarquista editado por entonces en Valladolid, mi ciudad natal. Produce admiración y sonrojo releer hoy lo que, a propósito de la propiedad del suelo, pensaban aquellos cultos obreros de hace más de un siglo, desde su inquebrantable pensamiento libre y racionalista; por su oportunidad y brevedad, lo reproduzco a continuación:

“La propiedad del suelo” (Artículo publicado el 15 de febrero de 1.911, en el nº1 del periódico EscuelaLibre, órgano del Ateneo Obrero Sindicalista de Valladolid)

“La posesión del suelo por uno o varios individuos, con exclusión de la restante mayorí a, es la causa de la existencia de la miseria.
Esta verdad, tantas veces anunciada, conviene que se repita sin cesar. Nuestro globo ha preexistido a la humanidad, la tierra, antes que la humanidad apareciera en ella, no tenía dueño; lógico es admitir que las primeras generaciones humanas la poseyeron en común. ¿Por qué actualmente pertenece el suelo a una minoría? Indudablemente porque los fuertes en un momento dado se lo apropiaron a expensas de los débiles, que no supieron ni pudieron impedirlo. La fuerza física individual pudo servir a los primeros ocupantes; después la fuerza organizada creó circunscripciones llamadas naciones, y en cada circunscripción los poseedores de la tierra y monopolizadores del capital creado por el trabajo servil se atribuyeron la parte del león, procurándose fragmentos de territorio a cambio de dinero. Y se produjo éste caso: los proletarios, careciendo de participación en el suelo, para trabajar y vivir, se vieron obligados a humillarse a los propietarios, ofreciéndoles un trabajo a cambio de un salario, dando lugar al abuso que los economistas excusan o justifican en nombre de la ley de oferta y demanda, en que el capitalista propietario usurpa sistemáticamente el producto del trabajo.

De semejante anomalía resulta la esclavitud de los trabajadores, y la inexplicable incongruencia existente entre los derechos declarados por la “democracia” moderna y la brutalidad arcaica del hecho social, por la cual mientras se declara la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos, viven materialmente divididos según la antigua legislación romana en hombres-persona, con libre acceso a todas las ventajas sociales, y en hombres-cosa, supeditados a sus dominadores.


El suelo es la fuerza productora material indispensable al trabajo; es, pues, de absoluta justicia que todo ser humano tenga en él libre participación, lo que equivale a decir que el suelo ha de ser poseído en común por la humanidad.
Para efectuar esa transformación de la propiedad, que se impone por necesidad y por justicia, la sociología adelanta nociones racionales, el privilegio opone cuantas dificultades tiene a mano y el progreso allana la ira, hasta el momento en que se produzca la explosión que, en los grandes días de la historia, señala infaliblemente el momento de la evolución cumplida”.


2º La Carta de los Comunes, es una propuesta del Observatorio Metropolitano de Madrid, un espacio de investigación militante.

Fernando G. García