Comencemos con una imagen visual de lo que queremos transmitir: hoy
día pasó a ser frecuente en todas partes del mundo, borrando diferencias
sociales, ver a la gente enfrascada en la pantalla de su teléfono móvil
olvidándose de todo lo que sucede a su alrededor. Para alguien de una
época anterior, alguien de la década del 70 del siglo pasado por
ejemplo, la escena sería incomprensible: multitudes de personas que no
se hablan entre sí pero que están fascinadas con la imagen con que se
"comunican" con otros virtuales. Esto lo podríamos ampliar con los datos
que arrojó una reciente investigación hecha en algún país
centroamericano: consultados varios cientos de jóvenes en relación a qué
conducta seguirían si suena su teléfono móvil cuando están haciendo el
amor, alrededor de un tercio respondió que, ¡por supuesto contestarían!
Para ese observador de algunas décadas atrás, la respuesta podría
parecer incomprensible: ¿se prefiere responderle a una máquina a hacer
el amor? ¿Qué queremos decir con todo esto? Que la cultura del consumo
de "cosas", si bien por un lado puede abrir nuevas e increíbles
posibilidades, también puede estar al servicio de transformarnos en unos
soberanos estúpidos.
¿La humanidad es más "rica" ahora que
hace 200, o 1.000, o 5.000 años? La pregunta puede dar para varios tomos
de respuesta, o interminables miles de horas de discusiones (o
muchísimos terabytes de almacenamiento de información, debería agregarse
para estar acorde a los tiempos).
¿Estamos más ricos porque
disponemos cada vez más de bienes materiales? Esa podría ser una primera
línea, y podríamos estar tentados de creer que sí. Pero la riqueza no
tiene que ver tanto con la cantidad de "cosas" que hay para repartir,
sino la forma en que se reparten. Un monarca de cualquier civilización
de dos mil o tres mil años atrás sin dudas disponía de menos bienes
materiales que cualquier asalariado de una ciudad industrializada
moderna, pero en sus respectivos contextos es más rico el rey y no el
trabajador. Y hoy, disponiendo de la cantidad fabulosa de bienes y
servicios que existe (incluyendo allí una inconmensurable lista de
"cosas" donde puede haber de todo: desde muñecas inflables de silicona
hasta psicólogos para perros, etc., etc.) ¿realmente estamos más ricos?
¿Se es más rico por disponer de un teléfono celular que, en un tercio de
casos, puede interrumpirnos al estar haciendo el amor? ¿Con qué
criterios, entonces, medir la "riqueza"? Sin dudas, la tecnología va
permitiendo mayores cuotas de comodidad en el diario vivir, pero de ahí a
la riqueza resta un paso.
Hoy, dada nuestra incorporada
cultura mercantilista y de consumo extendido, tendemos a equiparar
riqueza con provisión de bienes materiales: se es más rico cuantas más
cosas se tienen. Pero el modelo de desarrollo que el capitalismo ha
generado tiene una doble limitante que lo invalida: es injusto, y es
insostenible.
Es injusto, aunque quizá con eso no estamos ante
nada nuevo en la historia de la humanidad: todos los sistemas clasistas
habidos hasta la fecha se han basado en la injustita social, en la
diferencia de explotadores y explotados. En esto, el actual sistema no
es novedoso. Hasta incluso podría decirse que el reparto de la renta es
más "democrático" que en organizaciones precedentes. Si bien es cierto
que en la actualidad el 6% de la población mundial posee el 59% de la
riqueza total del planeta (agregando que el 98% de ese 6% de la
población vive en los países del Norte), sin dudas hay un mayor
porcentaje de seres humanos con acceso a bienes que lo que presentaron
sociedades esclavistas, agrarias, donde sólo una reducidísima élite
usufructuaba los excedentes del trabajo colectivo. Hoy, al menos
teóricamente, cualquiera puede ascender en la pirámide social y llegar a
ser un millonario. Aunque parezca mordaz decirlo así, ya no es un solo
monarca, o una selecta clase sacerdotal la que monopoliza la gran
mayoría de los productos que crea la sociedad; hoy, con el capitalismo,
amplias masas tienen acceso a sinnúmero de cosas. Insistamos con el
ejemplo: cualquier trabajador urbano hoy puede tener lavadora de ropa o
un horno de microondas (y también la muñeca inflable, o mandar su perro a
un psicólogo canino), cosas que seguramente no tenía el faraón egipcio o
el emperador inca tiempo atrás. ¿Es más rico por eso?
De todos
modos, esa repartición más "democrática" de nuestro actual capitalismo
sigue siendo muy injusta: mientras a unos pocos les sobra todo, a
grandes mayorías les falta casi todo. Con el desarrollo contemporáneo de
la productividad -esto está dicho hasta el hartazgo- sobrarían
alimentos para toda la población planetaria (se produce aproximadamente
un 50% más de lo necesario); pero paradójicamente el hambre es el
principal motivo de muerte (un muerto cada siete segundos a escala
planetaria). Mientras muchísima gente en el mundo no tiene alimento, ni
acceso a agua potable, ni educación elemental, en los países opulentos
se gastan cantidades inimaginables en cosas superfluas o cuestionables:
8.000 millones de dólares anuales en cosméticos en Estados Unidos,
11.000 millones en helados en Europa, 35.000 millones en recreación en
Japón, 17.000 millones en alimento para mascotas en Europa y Estados
Unidos, 600.000 millones en drogas ilícitas en todo el globo, sin hablar
de las lícitas (el segundo medicamento más vendido en el mundo son las
benzodiacepinas: los tranquilizantes menores), más de un billón de
dólares en armamentos. ¿Es más rico el habitante del Norte que puede
gastar mensualmente para su mascota hogareña más de lo que un pobre del
Sur no consume en todo un año? ¿Es más rico quien dispone de tres
teléfonos celulares que quien se sigue comunicando por medio de
tambores? ¿Es más rico quien compra las camisas por docenas que quien
elabora su ropa artesanalmente con el telar de cintura?
Repitámoslo:
es muy pobre considerar la riqueza a partir de la sumatoria de cosas
disponibles en el mercado (bienes materiales y servicios varios). Como
se dijo más arriba: ese modelo de desarrollo es tremendamente pobre
porque, además de su injusticia estructural, es insostenible en términos
prácticos. La humanidad toda no puede repetir las pautas de consumo que
han establecido los "ricos" del norte: los recursos naturales no dan
para ello. Además ese modelo es tremendamente dañino, agresivo para el
medio ambiente, y por tanto para los seres que ahí vivimos. La cultura
del petróleo, del plástico y de la industria depredadora a largo plazo
crea más pobreza que riqueza. La riqueza concebida como suma de objetos
es posible sólo para un grupo de la humanidad; si toda la población
planetaria repitiera los modelos de los grupos privilegiados, la Tierra
colapsaría en un santiamén.
Estamos así ante una tragicómica
paradoja: lo que se presenta como el máximo de riqueza: la sociedad del
hiper consumo, añeja en su seno la más grande pobreza humana, ética. Si
la riqueza generada por la especie humana no sirve a toda la especie
humana, ¿es riqueza? ¿Puede hablarse legítimamente de riqueza si ella
asienta en el hambre de su verdadero productor: el que trabaja? ¿Puede
ser rico un modelo industrial que hoy produce escasez de agua y cáncer
de piel para el mediano plazo?
Por otro lado -cuestión no menos
importante- ¿cuál es la riqueza de disponer de una batería interminable
de artículos materiales que los productores obligan a cambiar ciegamente
con velocidad creciente a los consumidores por medio de los mecanismos
de obsolescencia programada? ¿Se es más rico porque se compra un
vehículo nuevo cada año, porque se tiene un televisor más grande cada
año o porque los adornos del arbolito de navidad que se compran son más
fascinantes cada temporada?
El avance de la productividad
humana es una buena noticia para la especie: nos permite niveles de vida
cada vez más cómodos y seguros; pero el moderno modelo de desarrollo
que ha impuesto el capitalismo en estos últimos dos siglos ha creado el
mito de la riqueza como acumulación de cosas. Y eso, por lo que
decíamos: por injusto y por depredador, en vez de ser sinónimo de
riqueza es su contrario, es la más profunda pobreza humana (el ejemplo
del teléfono celular sonando durante el acto amoroso podría ser su
arquetipo).
"Los árboles no dejan ver el bosque" reza la
sabiduría popular. Ello es aplicable al tema que cuestionamos: la
parafernalia de "cosas" con que la sociedad capitalista llena
necesidades -primarias o artificiosas-, esa declarada riqueza que el
"progreso" ha traído, oculta la pobreza, la profunda pobreza que anida
en su seno. Como dijo Jacques Lacan: "en el mundo moderno lo que falta es la falta".
La felicidad está a cuenta de las cosas materiales que suplen todo
(muñecas inflables de por medio). Pero ahí, en esa falsa
sobreabundancia, estriba el problema: se ofrecen televisores con
pantallas monumentales de altísima definición… ¿para ver una película de
Hollywood? ¿Dónde está la riqueza? Se publicita el automóvil individual
como la revolución de las comunicaciones… para luego tener un deterioro
medioambiental que, de mantenerse el actual modelo de desarrollo,
permite la vida sólo para un siglo más. ¿Esa es la riqueza? Los grandes
poderes disponen de capacidades tan destructivas que, como dijo
Einstein, "de darse una Tercera Guerra Mundial, la Cuarta será a garrotazos".
¿Eso es la riqueza? ¿Consiste acaso la riqueza en exhibir un reloj de
oro o una tarjeta de crédito que permite comprar un supermercado
completo junto a los famélicos que pululan sin destino? ¿Puede ser eso
la riqueza en una civilización que se precia de ser cristiana y que
habla de la caridad?
Llegamos así a la paradoja que lo que el discurso del poder presenta como riqueza es, en esencia, tremendamente pobre. Si Homero Simpson,
el personaje de la tradicional caricatura crítica de origen
estadounidense, es el símbolo del ciudadano medio de un país
"desarrollado", ¿dónde está la riqueza? Si llamamos ricas a las
sociedades del Norte que cierran sus fronteras a los "sucios y
forajidos" inmigrantes ilegales, ¿puede seguir hablándose con seriedad
de riqueza en aquéllas? ¿Podemos decirse sin vergüenza que alguien sea
rico porque puede dilapidar miles de dólares en un casino? ¿No es, en
todo caso, patético lo que allí está en juego? ¿No es patético que se
siga considerando que la riqueza se hace sobre la base de la explotación
de otro? ¿Pueden considerarse ricos a seres humanos que desprecian a
otros por su color de piel? Aunque lo digan exhibiendo su reloj de oro y
después de haber gastado fortunas en una ruleta, ¿no es
conmovedoramente pobre que suceda eso? Pobre en términos humanos, que
es, en definitiva, lo único que importa.
¿Y no es de la más
aterrorizante pobreza humana que se nos quiera hacer creer a quienes no
pensamos a favor de la corriente impuesta, que la riqueza es tener una
tarjeta de crédito?
Con el mundo moderno basado en la industria
capitalista, si bien existe la posibilidad de dar un salto hacia la
justicia universal teniendo en cuenta que la riqueza producida podría
alcanzar para proveer seguridad y confort a la población toda del
planeta, en tanto sigamos confinados por estos modelos de civilización
mercantil y consumista, seguiremos en la más monstruosa pobreza humana.
¿No es enfermizamente pobre que esas minorías "ricas" hagan lo
imposible, llegando a matar, torturar, usar armas de destrucción masiva,
engañar y chantajear para mantener su riqueza consistente en esa
interminable colección de "cosas" materiales? "A veces la guerra está justificada para conseguir la paz",
pudo decir sin ninguna vergüenza el comandante en jefe de las Fuerzas
Armadas de Estados Unidos al recibir, paradójicamente, el Premio Nobel
de la Paz en el 2009, el afrodescendiente Barack Obama. ¿Con qué
autoridad moral pueden decir que se es rico porque se viaja en limusina?
Ahí está la pobreza, la más abyecta pobreza, torpe e ignorante.
Probablemente
una sociedad de la información, del conocimiento, una sociedad que nos
libere de las ataduras animalescas del pobre consumismo torpe que hoy
nos moldea, pueda entender que la riqueza no estriba en la sumatoria de
cosas materiales. La tecnología no tiene la "culpa" de todo esto,
obviamente: es el proyecto político que la implementa. Lo cual nos deja
ver, con descarnado patetismo, que ese proyecto que beneficia a muy
pocos no sirve a la humanidad en su conjunto. No queda, entonces, otra
alternativa que cambiarlo.
Marcelo Colussi
Rebelión
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